viernes, 17 de noviembre de 2017


De a poco, como ocurren las tragedias silenciosas,
mi cuerpo comprendió que seguía vivo.

Qué pasó.
Me mantuve de pie y el cuerpo se mantuvo.

Un contrahecho.

De repente estaba mar adentro.
Me abracé al viento y mi cabeza golpeó
contra el mascarón de proa
del barco más viejo del mundo.

Yo recuerdo el ángel de madera, su boca abierta,
la palabra Albricia debajo de su cara.

Mi cuerpo  sobrevivió a mi muerte.
¿Qué significaba la palabra amor?

Ahora vengo a celebrar con mi fantasma
su poca idoneidad en estos menesteres.

Me canta.
Le canto.
Entre vino y vino,  hablamos de los puertos.

Hay hombres y mujeres que se levantan
al amanecer
y cantan para que alguien vuelva.

Bailamos.
Pero bailamos sin que el roce casual
nos incomode.

El fantasma no me toca.
Es extraño no ser tocado por nadie.
No hacer temblar a nadie.

A veces recuerdo el mascarón de proa
y repito: “Albricia”.

Mi vida se ha vuelto un contrahecho.
Querido Arlt,
lo que queda es la parte feroz de la joroba.
Mi cuerpo no entiende dónde empieza.






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