lunes, 27 de abril de 2015



Don Iza, que era un hombre en situación de calle, hacía crecer tomates y lechugas en el baldío que estaba detrás del alambrado que separaba mi casa del campito donde los varones jugaban a la pelota. Ni mis hermanas ni yo teníamos permitido hablarle a Don Iza a través del alambrado. Sin embargo, verlo entre el rojo y el verde cosechando sus verduras o tirado al sol al atardecer escuchando su radio, dueño absoluto del espacio que nadie le había dado, fue el mayor símbolo de liberad que alguien me pudo haber mostrado.


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