lunes, 3 de noviembre de 2014


Desarmados como estaban caminaron la alegría hasta encontrarse con el miedo. Cuando las sombras ocuparon el lugar de las lavandas, se soltaron.  Ahí vieron que los momentos felices se les habían vuelto, en el cuerpo, un sello de agua. Entonces, por temor a que los lleve la corriente, empezaron a construir un desierto. Se arrancaron todo: piedra, álamos, ríos, manos, animales, nubes. Con mucho esfuerzo consiguieron olvidarse de llorar. Se secaron.  Continuaron yendo a trabajar, cosa de todos los días. Entonces, los asustados, desprevenidos de la magia del mundo, aprendieron a sobrevivir  llevando sobre sus cabezas unos sombreros tan grandes que les cubrían, para siempre, el asombro y los pies.


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